El viernes amaneció con la arena de Doha aún fresca, pero la tensión en el aire era palpable. Martín Gaviria y Mateo Rodríguez sabían que estaban a un paso de algo grande, y no desaprovecharon la oportunidad. En el partido de los 24 mejores, los colombianos se enfrentaron a los egipcios Mohamed Khaled y Abdelhamid Abdelfattah, en un duelo que exigía precisión y cabeza fría.
Desde el primer saque, Colombia se adueñó del ritmo. Gaviria dominó con potencia en la red, mientras Rodríguez respondió con seguridad en defensa y lectura de juego. El marcador (21-17, 21-13) reflejó una superioridad clara, el equilibrio perfecto entre control y confianza. Con esa victoria, los jóvenes cafeteros escribían un nuevo capítulo en la historia del vóley playa colombiano: por primera vez un equipo masculino alcanzaba los octavos de final en un Mundial.
Pero la jornada aún guardaba un desafío mayor. Al mediodía, bajo el sol intenso del desierto, la dupla tricolor se midió ante los estonios Armin Kender y Patrik Parijõgi, una pareja con ritmo europeo y gran sincronía. Colombia resistió con garra, pero la experiencia rival se impuso con parciales de 21-12 y 21-16. Aun así, el resultado no empañó la hazaña: Gaviria y Rodríguez cerraron su participación entre las dieciséis mejores duplas del planeta, en lo que representa la mejor actuación histórica de Colombia en un Mundial de vóley playa masculino, en cualquier categoría.
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El logro no es solo deportivo, sino simbólico. En Doha, dos jóvenes de camiseta amarilla demostraron que la arena también puede teñirse de tricolor, que el sueño de competir entre los grandes ya no es una utopía. Lo que comenzó como una ilusión terminó como una gesta que inspira: el primer paso de una generación que promete mucho más.
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